Que quede claro: mi intención no es ofender y asímismo tampoco toleraré ofensas de uno u otro lado. No es que yo declare ser musulmán, pero no es imposible negar que siento una gran atracción por esta religión tan satanizada o similar en el mundo occidental. ¿Qué reacción tiene un mexicano cuando al preguntarle a un hombre acerca de su religión, éste le dice que es musulmán?
La primera pregunta que le salta al mexicano cuando éste desconoce más o menos por dónde va la cuestión, es, invariablemente, preguntarle al otro dónde está la bomba. Y normalmente no hay problema en esta pregunta porque en México sólo los temas sexuales y de infidelidad y crímenes son los que pueden causar la muerte, los demás no, por eso somos libres de decir juicios idiotas sin temor a ser reprendidos como sería en otro país al insinuar que se es terrorista. Y luego de la bomba, no hay muchas oposiciones porque la mayoría de los mexicanos odian hablar de religión.
Lo que después de algo de convivencia choca en la mente del mexicano es que un musulmán, de los verdaderamente musulmanes, es normalmente en este país como un vegetariano ovolácteo que no toma en las parrandas, no sabe bailar y, además, siempre regatea y se acaba todo el café que encuentra. Se diría que es un tipo medio extraño al que confundiríamos con un darketo si éste usara ropa negra. De ahí en más, casi en el resto se es igual a nosotros, pero la otredad nos llega siempre, tarde y temprano. Hasta el momento, no ha habido ningún crimen doloroso dirigido al odio religioso hacia los musulmanes, quizá porque todos descargan sus tensiones con los repartidores de fe a domicilio y eso de buscarlos les da hueva.
El problema radica en que, si es un extranjero, no hay problema con lo que haga, pero si es un mexicano, el pobre no sabe, para el mexicano tradicional, lo que está haciendo y es la vergüenza de la familia. La religión católica impera en este país aunque pocos la sigan como tal.
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