En la educación de Rousseau, no era importante aprender a leer; en la educación de Facebook, sólo se trata de hacer que la gente lea diario por más de diez segundos, no importa qué; y el pobre lector se pega hasta que el sentido de responsabilidad gana o se aparece en forma de mamá con una chancla. Esto convierte al sitio Web con casi tantos usuarios como Google en un caldo de pollo para el alma virtual: esos libros que cambian la vida porque te hacen sentir que sabes lo que otros no pero que al final del día sólo causan que la gente se vuelva inútil: Yo soy yo y mi Facebook. Quizá la era de tener todo a la mano pero no usarlo se ha convertido en la era del ocio acumulador: siempre hay algo nuevo en mi mundo, pero será luego que me daré cuenta de para qué me puede servir. Mientras tanto, la acumulación de datos en mi vida seguirá en el muro y en la carpeta de descargas, hasta que haya tiempo de verlas y checar todo el repertorio de soundtracks de perfumes, como el que encabeza esta entrada.
El papel de las escuelas y la televisión como base de la educación infantil hace que la formación de nuevas personitas se vuelva una tarea realmente difícil. Por una parte, la tele nos da morbo, la escuela nos da patria, y la red nos da miles y miles de versiones de la cultura y el morbo. Rousseau estaba en contra de enseñar a leer sino hasta que fuera necesario y su construcción del animal social parecería más adecuada al mismo tiempo que imposible de desarrollar. Si no podemos detener una línea de cultura global o cuando menos patriótica, saber que ésta existe no mejora nada, sino que solamente nos guía hacia una depresión causada por la frustración de las libertades, o es que a ustedes no les pasa que en la búsqueda de algo en especial, como por ejemplo un libro en versión electrónica, una salsa que vieron en la tele y buscan en la tienda de la esquina, o ya de plano una sonrisa del chofer que te transporta al trabajo, han terminado con las manos vacías?
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