Las cuatro o las siete de la mañana, es la hora en que yo me siento como un emperador raro al que un viajero le habla y le dice lo que vió en otros pueblos o lugares. Les pone nombres de Braderie o Bachelard mientras yo me rasco el ombligo y hago pipí. Esas historias me dan sed, porque lo que me cuentan es como un DF de esos que también tiene mujeres que se entregan al viajero en forma de birote con tamal. Pero aún así, espero las llamadas, tan lejanas unas de otras, para que me digan qué horas es, la temperatura, cómo se hace la ciudad otra cada que ella abre la puerta y se arregla el cabello para que no le pregunten por qué ve hacia la nubes en busca de bocanadas que ya conoce. O quizá para precundarse del quando dont ellos dicen que va a nevar. Pero siempre es correr...
correr
que
se
va
el (la amo, la amo, la amo) metro
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