26 de septiembre de 2013

De la búsqueda de un epitafio.

Junio 17 de este año, día del padre, más uno.  Informo así, a secas, que, aunque sabíamos en dónde estaba, habíamos perdido a mi padre. Perdón por ofender su mesa de actualidades ya tan acostumbrada a recibir fotos de amigos, ocurrencias, resúmenes de una tarde de lavado, noticias de Aristegui, Peña Nieto o chistes de Pepito, con una entrada hecha desde mi celular.


¿Cómo hablarles de esa Francia que muchos anhelan contemplar en vivo cuando, a mi regreso, mi Telémaco interno regresa a una Ítaca en donde, sin saberlo él, Ulises agoniza sin quejarse como todo un héroe y Penélope seguirá destejiendo en las noches su telar aunque sabe que ese arco nunca podrá ser tensado de nuevo?
Quizá esos ojos de viajero me sigan diciendo que esto no es mi casa. Pero como don Sergio Gamboa estuvo martillando en su curso estos últimos tres días en la Cátedra Julio Cortázar, uno vuelve y añora ese factor de infancia que, aunque sobrevivió a devaluaciones, caidas de sistema, cuatro manipulaciones de votantes, auobuses que se queman y pedos de artistas en el escenario, al final desapareció completamente, como la inocencia desaparece en ese niño salvadoreño que vi en la televisión: "Ahora, soy el hombre de la casa, pero dejen voy a hacer pipí".
La idea de la muerte no se acomodaba fácilmente en mí. Esperaba que fuera como ese qué risa todos lloraban al que miles de fanáticos guardan como culto. Esperaba que todo se transformara en competencias de barcos o desfiles o canciones, pero acá se acostumbra nomás recibir visitas. Y rezar. Y decir gracias. Y escuchar ánimos. Y rezar. Y no poder ir a gusto por más galletas porque ya alguien te pregunta a dónde vas.
Luego de esos días en que los condolientes me abrazaban y hablaban para ver si yo o mi familia llorábamos, luego de esa escena que me recordaba la del de la Borbolla y no podía dejar de pensar en los condolientes como en una fila tan interminable de mujeres vestidas de avestruces en espera de ser las ganadoras del premio; luego de traer de estos años de lecturas y convivencias todo lo posible sobre la muerte y  ese después de la muerte; luego, en fin, de querer caminar nauseabundo con el tarareo del Some of this days, queda una "patria" que ha perdido para mí todo valor etimológico.
Antes de ese viaje, visité a mi abuelito y una de las cosas que pensé hacer al volver era visitarlo de nuevo, aunque nunca creí que en esa visita también le llevaría el regalo de mi infancia.
Pero pensar en que tu padre no podrá descansar hasta que encuentres las palabras más adecuadas es un bloqueo de escritor porque temes decepcionarlo en muerte y no sabes si él en vida te lo habría corregido. Simplemente porque no le gustaba hablar de cosas tristes. Y él sabe que a mí tampoco y por eso es que llega el bloqueo: ya aquí hay mucha tristeza como para dedicarle miles y miles de letras más. Sé que las mejores que le puedo dedicar no son para su epitafio y a mí me basta saberlo. Epitafio se parece tanto a su nombre y, sin embargo, no van uno con otro.

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