27 de septiembre de 2013

Historia racontada mil veces número 5

Cumpleaños. Ese evento tan extraño en cada comunidad, pues las tradiciones pueden ir desde que el invitado tenga que pagar todo al final hasta hacer que caiga una lluvia de huevos sobre él o sobre su auto. Y aquí, entre los ya grandecitos de la prepa, a eso de las diez, es decir que no tan tarde pero no tan temprano, se realiza la tradición de entregar los regalos, sépalo usted, en el metro.


No sé si es porque en Lille lo más que se le puede ocurrir a una persona es correr de un lado a otro como desaforado o ir a un bar y empezar a tomar hasta creer que se tiene ritmo. Lo cierto es que, en el metro, ya de regreso a mi casa luego de una cena o algo así, un grupo de preparatorianos entró al vagón con sendo regalo en la mano menos una adolescente que se había vestido como si fuera su cumpleaños. Pareciera difícil de entender esto para ustedes, pero los demás no estaban vestidos ni arreglados como si esuvieran en una fiesta. Cierto es que las mujeres traían tacones, pero el resto de su vestimenta era sobria.
Como todos quieren regresar a casa, ya les parece normal que los jovencitos a esta hora salten en el metro, hablen de lo que les pasó en el día y miles de otras cosas. Pero en eso, que una de las amigas de la festejada dice: "Hey, ya mero llegamos a Hellemes, ¿estás lista?" Como ajeno a lo que pasaba, supuse que esa niña ya estaba tan enfiestada que no podía recordar dónde tenía que bajarse y su amiga la ayudaría a regresar. Pero no. Se abrieron las puertas y todos le echaron porras hasta que el metro cerró sus puertas y luego rieron y se hablaban unos a otros. En la estación siguiente, al abrirse las puertas del metro, se escuchaba en las escaleras un taconeo apresurado y momentos antes de que cerrara la puerta se pudo meter la cumpleañera, recibida por sus amigos con aplausos y risas. Hecho esto, la del cumple pudo finalmentecomenzar a desenvolver sus regalos. Un disco de mercedes no sé qué, algún tipo de maquillaje que parecía venir como en un botecito de queso, foulards o bufandas, una bolsa y ya. había más regalos pero la fiesta se acabó porque entró al vagón un hombrecillo verde.
Les digo gringos. Sólo yo les llamo gringos porque son de verde y quiero que se vayan. Sólo yo les llamo gringos porque los de Lille no lo entenderían. Son seres que viven de pedirle el boleto a toda la gente y, al que no lo trae, le cobran como sesenta euros de multa. En ese lugar tan abandonado de Dios, mientras en este lado del charco se avisa por redes sociales dónde está el radar, dónde chocaron o dónde incendiaron el camión, allá se avisa en qué estación están los inspectores, cuántos son y si es posible escapar de su revisión. Bastó que se subieran para que los saltos y brincos como si estuvieran en la escuela se detuvieran como si hubiera entrado el director del liceo. Pero los niños no debían temer de ellos porque además de sendos regalos también traían sendos boletos. No obstante, la festejada, que no traía regalo, tenía problemas ahora para encontrar su boleto. Minutos inciertos con los marcianitos enfrente y la pobre se agitaba y respiraba apenas, como si hubiera corrido de Hellemmes a Lezennes. Pero no, el boleto para toda la noche no salió y ellos fueron abducidos en la siguiente estación y dejaron sólo los rastros de las envolturas y una cajita de jugo vacía.
"Esos niños sólo tiran basura, es asqueroso". Dijo una señora de más de sesenta que estaba sentada y buscaba en la mirada de los demás algún gesto de asentimiento. Pero ya no era hora de hacer gestos y sólo algunos la mirábamos mientras comía una cosa hojaldrada y dejaba, sin importarle, que las morusas y el chocolate cayeran en su abrigo o en el suelo.

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