20 de julio de 2013

Historia racontada mil veces número 4

De noche. En el último medio de transporte público. de regreso a mi casa. En la estación del tranvía antes de que llegue, se acerca una persona a mi lado. Se tambaleaba el pobre joven como si estuviera en un bote. No sé si estaría drogado o sólo era una persona, como mi historia lo hará ver, bipolar.
--Oiga, ¿le digo una broma?-- dijo un joven de quizá veintitrés años que sin esperar mi permiso continuó-- ¿Qué es de color rosa y le encanta la informática?

--La verdad que no tengo idea.
--Vamos, intente, piense un poco. ¿se rinde? ¡Es un puerco-- Soltó una risa que interrumpió su respuesta por varios segundos y no podía completar, su rostro,como el de todo europeo, se puso rojo por falta de aire y exceso de esfuerzo y terminó su frase--USB! ¡Un puerco USB!
Acto seguido, como llegaba gente nueva que no había escuchado su chiste, continuó navegando de un lado a otro y soltaba su risa nada adictiva hasta que uno de los vigilantes le pidió su boleto para confirmar si había pagado o no y, de paso, pedirle que le bajara a su performance.
Luego de eso, se sentó a esperar el transporte, cabizbajo, sobándose de vez en cuando la nariz y las sienes. Cuando el tranvía escupió a la gente que tenía como destino final esa estación y él corre a tomar su lugar aunque lo intentaron detener los guardias, pues se supone que uno debe esperar que el vagón llegue hasta el área de embarque, haga cambio de cables y motores, y abra nuevamente las puertas. Como ustedes se lo preguntan, yo sólo estaba jugando sudoku en el celular.
Ya todos arriba, y ya el tram en marcha, este personaje vuelve a llamar la atención y camina de un extremo al otro del vagón. luego comienza a gritar como lo haría un vendedor de música u otra cosa en el metro del DF:
--Señores, les voy a demostrar que soy un huevón al igual que ustedes porque estoy aquí pero pude llegar a mi casa sin tener que pagar. Ahorita les voy a mostrar, nomás que nos abran las puertas.
El tranvía legó a una estación y abrió las puertas. él dijo que nos veríamos en la siguiente estación y echó a correr.
-- ¿Ven? les dije que nos podemos ir a pie, ¿alguien viene conmigo para la otra estación?
Este hombrecillo estaba de nuevo en el tranvía. dijo esto y antes de que cerraran las puertas salió y nuevamente comenzó a correr. Hizo esto durante una estación, dos estaciones, tres, cuatro. y en la cinco ya había entrado nuevamente al vagón. Todo rojo, sin un zapato y con una marca de lodo en la camisa, pero lo importante era que había entrado. Fingió una risa que todo el vagón escuchó y volvió a salir en su carrera. Ya en la sexta estación llegó con la mirada perdido, levantó las manos como repara un caballo cuando está por reventar y el tranvía no podía cerrar la puerta porque algo barroso y sin zapatos la obstruía. No estaba muerto ni parradoso, pero había comenzado a llorar y nadie sabía la causa. Entre el conductor y otro que estaba cerca del bulto, lo levantaron y lo sentaron, donde quedó lloriqueando y con el rostro oculto en sus palmas.
En la siguiente estación, yo ya tenía que bajar pero él, como indicó al chofer, iba hasta la terminal. Dos días después lo volví a ver, ahora en un autobús, con el mismo chiste y con el mismo tono rojizo. Presumía sus tenis nuevos, que le permitían hacer un moonwalking como el de Michael Jackson.

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