31 de diciembre de 2014

No me abrace, que ando chido.

Ustedes, los que me conocen, lleguen a preguntarse si los he abrazado o si sólo me he dejado abrazar y acompaño con unas palmadas como las que se le dan a la vaca cuando queremos que se haga a un lado. Entre los traumas que arrastro dia a día, está mi obsesión por no abrazar a tontas y a locas, porque después de los abrazos temo quedar loco y tonto. Bueno, más.
Se viene la temporada de abrazar gente y pido, en otras palabras, que si usted no anda chido, neta que mejor no me abrace. Yo creo en la transmisión de sentimientos por medio de un abrazo. Sí, creo primero en Dios y en la imperecedera vida de la sopa Maruchan, pero también creo en que, si uno no anda bien en su vida, todo abrazo que usted dé va a transmitir justamente su estado emocional. Es por eso que, después de abrazarme, muchos quedan por un momento con la sensación de no querer ser abrazados.
¿Abrazar a un amigo o conocido que no he visto en años? No. Gracias. Las emociones no son algo que se quite uno lavándose las manos. Y de unos que no contacto desde la secundaria sólo recibo sus traumas de esa época. Después del abrazo, a veces me quedó la sensación horripilante de que me debían cinco pesos. Pero algunos otros abrazos en el año han sido interesantes, pues recuerdo otro  llegado en buena hora de depresión, en el que quedé con las ganas irresistibles de hacerme el amor a mí mismo. Así el recuento de otros abrazos del año, nada cronológico, pero gracias por leer.
Un abrazo necesario fue el que me hizo llorar después de una misa fúnebre en honor a un guerrero cuya sonrisa es deber de todos prolongar. Esos abrazos no consuelan a la familia, pero sí me ponen en la misma sintonía.
Incontables los abrazos donde me llegaron las ansias de seguir abrazando gente para ver a qué olían.
Menor cantidad la de los que tenían una mira positiva hacia el futuro, como el caso de un niño que no podía controlar sus ganas de abrir los regalos y terminar con el misterio; o de ese amigo que miraba, con optimismo, que lo más difícil era casarse.
Lo que más odio de año nuevo es, justamente, que ustedes nomás me pasan con sus abrazos los traumas de gordura, pobreza, tristeza, desorganización y ánimos de guarapeta. Yo ando feliz y chido antes de las mentadas campanitas. Uno, que no muestra la alegría rebozante en el rostro, tiene su corazoncito rete sensible e influenciable. En serio, aprecio más la ausencia de sus abrazos.

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