11 de octubre de 2010

Mi taller para talleristas de Creación Literaria

Todo lo que usted, querido tallerista wannabe, debe saber:
Usted será un dios y si lo discuten les podrá decir que tomó mi curso.
Encuentre su lugar en un sitio céntrico y aclientado, como un cafecillo o la sala de espera de algún hospital. No lo haga en las telas parisina porque lo sacan. Restaurantes y demás siempre dirán qeue sí, pues sus asistentes se vuelven clientes.
Haga lo que quiera y ligue con el integrante más atractivo, prométale ganar un concurso y déle clases privadas, ahora sí, gratis.
Recuerde que usted no es Vargas Llosa, así que, si él cobra (hipotéticamente) 3000 dólares por hora, usted cobre 30 por persona por sesión.
Nunca les pregunte qué quieren hacer, ellos no lo saben; usted saque un texto y muestre sus partes. Después remate con un qué chido.
Ensaye su cara de orgasmo mental con cajeta Coronado.
Busque en un libro de bebidas una mezcla exótica y haga lo mismo con música, pintores,
Guarde memoria de un sólo verso por choya y aviente un volado: si cae águila, alábelo, si cae sello, alábelo con una cara de duda.
Hable de sus taller pasado cuando le hagan una pregunta que no sabe, cuando termine la anécdota ya habrá pensado la respuesta.
Hable mal del que pueda, recuerde que usted tendrá competencia.


Ya está listo para dar su curso
Si tiene dudas, pregúnteme, pero ahora sí, toda consulta genera honorarios porque me acabo de hacer tallerista.


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Mi windows ahora está en modo de dictado, es decir, que tuve que cambiar mi interface a español (estaba ñoñamente en inglés) y puedo observar que es efectivo en la captura de textos, pero no para la redacción a capella, pues para esto sigo apreciando el método tradicional.
Y ustedes se preguntan que por qué no estoy hablando ahorita de otra cosa que no sea yo. Y si no se lo preguntan, pos pa qué me hacen escribirlo. Simplemente estoy reportando lo que hago, antes de decir qué pienso que se hace en otro lado. Además, luego de estar tres horas hablando como dictador merolico a la compu, pues ya me dan ganas de hablar de otra cosa que no sea lo que andaba haciendo.

A lo que voy es que, desde un principio, manifesté mi queja contra los que consideran que leer uno o dos libros los hace autoridad en algo. Quiero aclarar que esto no lo digo ni para referirme a gobernadores que no leen ni se enteran de hasta dónde llegan sus discursos, ni para referirme a una persona en específico. Pero si tienen ustedes un taller de creación y, además, cobran dinero, pues entonces siéntanse aludidos, pero no amenazados.

Con dos libros mal leídos se puede dar en este país un año escolar, pero falta gran cantidad de ética a quienes hacen esto. Y entiendo la situación económica, y con mucho entiendo que debemos sacar provecho si ya pasamos cinco o ahora cuatro años en libros, versitos, musas, gobelinos, esparadrapos, hipogrifos o fines de semana en frente de una tele, pero creo que los talleres de creación literaria no deberían de existir más que por el placer de estar en uno. La razón es simple: si pagara yo dinero por ese tipo de cursos, digamos, 100 al mes, o como he visto en otros lados, 3000 por dos o un día, entonces debería ver que económicamente, yo como asistente, obtendré la preparación para que eso sea una buena inversión con beneficios de, digamos, el 130%. Pero ¿eso a quién le pasa?

A veces no es necesario pagar tanto para ganar un concurso o para tener una poesía llena de cosquilleos encabronados, el taller es sólo una disciplina, pero tú no eres un perro de raza fina como para que debas invertir tanto.

Que me enseñen, sí, a hacer libritos, que me enseñen a hacer galletas, que me enseñen algo, por lo menos, pues un taller es algo que rinde frutos de un solo tipo e, idealmente, debe de rendir frutos tanto para la sanguijuela maestro como para la rémora estudiante. Pero un taller, o lo que yo entiendo por taller en estos lados es el refuerzo de una técnica que a final de cuentas se hace de manera individual. Y el tallerista que cobra no te enseña nada. ¿No se sienten mal por atrapar incautos?

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