Acá, la selva tapatía, luego de un día de trabajo se ven algunos mamotretos de cuerpos quemados y otras cosas.
Hace algo de tiempo, esos mamotretos tenían caras o cabezas y vestidos que a algunos les parecían vistosos y a otros les parecieron altamente flamables.
Si desde la cosa esa de las vacas ya se sabía que éramos un grupo que tiende a la destrucción, no entiendo por qué la gente se sorprendió cuando unas calacas hechas a veces con papel maché y otras veces con fibra de vidrio y otras con bendas y con penachos y vestidos y todo eso, terminaron desensambladas o quemadas.
Lo estraño (con ese de Salisco) es que una cosa que se hizo por grupos desconocidos que sabe cómo hayan invitado, o sea, los creadores iniciales, luego fue destruido en el casi mismo día de los muertos para entonces traer las manifestaciones de la señora de los lamentos, patrona de los armazones de vigas corrugadas. Sabe quién sea el que las vuelva a modificar.
Se debe aceptar que todo aquello que no es útil en la calle es un estorbo que queda a la merced del que lo quiera modificar. Lamentablemente, esa brecha generacional que más bien se llama el conflicto entre el conservadurismo y el caos causa que las cosas se vean feas, pues es el artista quien debió quemarla y llamar a una rueda de prensa. Y también es el artista quien debe decidir si poner un letrero en su mono, no en todos. leí como cuatro respetos, dos crímenes, un pensar en los niños, dos mutilaciones y sabe qué tantas leyendas de esa señora que sólo supo plastificar papelitos y doblar alambres. El fenómeno de la modificación me dice que el arte en guadalajara se está estancando en el momento de la creatividad, es como si, si una de nuestras selecciones nacionales hubiera ganado algún partido o evento, tomaran el elefante o la guitarra o cualquier estatua móvil como esas calaquitas y los pusieran a bailar. Eso es el arte en gua-lajara, acá.
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