5 de agosto de 2006
Alfa, o del celular perdido
Perdí hoy el celular entre el local de la chela a 10 pesos y el Tren Ligero. Juan Carlos hizo algunas llamadas en aras de ver si el que lo tenía se dignaba a devolverlo, pero nada. Hoy fue un gran día a pesar de esa pérdida, mi trabajo sobre el mito está ya casi terminado y en el ENELL todo parece ir mejorando.
Debería comenzar gritando algo así como "Pinches putos" por el coraje de perder algo, pero realmente sabía que eso podía suceder y, siendo una de las posibilidades, la acepté con más calma que Juan Carlos. Pienso, gracias a los estúpidos comerciales que he visto recientemente en la televisión, que a lo mejor la depresión está en mi sangre desde hace un montón y es por eso que no río y me comporto a veces como darketo, pero puede ser más bien algo así como apatía hacia cualquier cosa.
Justo antes de notar que mi celular había desaparecido del cinturón, recuerdo una mirada de mujer, un relámpago de instantes que hizo que el Jolly Rancher de sandía me supiera a uno de manzana. Era una mujer más joven que yo, morena, de cabello castaño, con rostro suave de Castellanos o de menta, en el café del hotel, acomodándose en la silla, sonriendo a todos en un vestuario tan discreto como los adultos que la acompañaban. Y así, regresando del lugar de las chelas mientras Juan Carlos marcaba mi número para ver si contestaban, busqué de nuevo a aquella joven, sus ojos, quizá con el ánimo de en esta ocasión apreciar la puerilidad de su cuerpo, pero había desparecido de la terraza, al igual que mi celular.
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