11 de enero de 2013

¿Por qué no me agradan los libros de detectives?

Sí, le quitamos al relato el misterio y el suspenso y lo que nos queda es un Sabines, un neruda enamorado de la luna que se refleja en la cebolla y hasta ahí. ¿Soy el único que de niño se enfadó de escribir en papeles con el jugo de limón?

Todo empieza como siempre: necesitan llegar a un lugar que está prohibido y deben estar de noche. Pienso en el libro llamado El descubrimiento del cielo, que pese a tener personajes que les piden a las novias de los amigos salir a jugar y, sin embargo, luego de morir por obra de angelitos o un deus ex machina se dedican a olvidar objetos en lugares prohibidos, a revelar misterios que sólo lo dejan a uno pensando en lo que no tiene.
Es cierto que la mayoría de los secretos guardados llaman la atención de los otros, aún así sea que el secreto no es más que un tesoro que nunca estará en manos del lector,  o el verdadero bálsamo de Fierabrás o ya de plano una receta de inmortalidad para los vampiros. Acaso la búsqueda de secretos en la Literatura encabece la idea de que leemos porque nos sentimos vacíos. Igual que las niñas de 14 años sueñan con un galán de telenovelas que les dé besos y emociones de telenovelas, ¿Es para sentirnos perseguidos y tormentados? ¿Para sentirnos metódicos y específicos mientras nuestros barquitos y trenes nos ayudan a darle la vuelta al mundo? No se sabe hasta ahora, pero tomar un libro de detectives no termina de agradarme.

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