26 de septiembre de 2006

F... de Foco Fundido

Oh Fortuna, variable como la Luna como ella creces sin cesar o desapareces. ¡Vida detestable! Un día, jugando, entristeces a los débiles sentidos, para llenarles de satisfacción al día siguiente. La pobreza y el poder se derriten como el hielo. ante tu presencia.
Hay una Fedra, y cabe notar que hay otras efes: Flora, Fauna, Febe, Flérida, Fátima, y otros nombres. Pero ninguno se puede ver como Amada, es decir, a Fedra no la puedo tomar como amada suicida porque no se suicida por amor como Dido, ni se suicida como Ana Karenina ensayando con su mochila, simplemente se suicida porque su esposo mata a la criatura, Flora y Fauna, las de los Locos Addams, sólo aparecen muy pocos instantes; a Febe, a Flérida y a Fátima nomás las menciono por el bagaje cultural. Sea esto la justificación de que hoy hablaré de Fortuna, no de la diosa, sino de una experiencia en parte ficticia donde creo que la Fortuna metió su cuchara... Lo que no entiendo es por qué los griegos, esos seres tan inteligentes y tan metidos en la concepción occidental del mundo, tenían conciencia, no como yo en aquel entonces, de una fuerza divina tan ojete. Así sucedió: Ya saben ustedes, o por lo menos la mayoría, que mi vida había pasado principalmente entre la escuela y un pueblito ligeramente pintoresco llamado Cajititlán de los Reyes. si ponen en el buscador de imágenes de google la palabra Cajititlán quizá tengan una idea de qué estoy hablando: uno de esos pueblitos de donde los habitantes medio jóvenes deben irse a Estados Unidos en busca de dinero para la familia o, en el caso de los que se quedan, aprenden a labrar como su familia lo ha hecho por muchas generaciones. Uno de tantos pueblitos que medio se diferencia de otros por tener una laguna en la cual el 27 de septiembre y el 8 de enero le dan un paseo en lancha a sus patrones: Los Santos Reyes. No quisiera hablar más del pueblo porque luego me va a decir alguien que me puse a leer a Arreola o a Rulfo y se me pegó, pero sólo puedo decir que no me avegüenzo de caminar por senderos de tierra, empedrado y caca de caballo, vaca y chivo, no me da pena el decir que ahí, en ese lugar, aprendí a atropellar matorrales, hacerla de portero en el fútbol y a bajarme con estilo del caballo, léase caer. Pues fue en esta época de ciudadano pueblerino que la Fortuna anduvo haciendo de las suyas y en los tiempos de la musa adolescente que se busca en revistas porno y literatura de baja calidad (amo tus manitas, tu cara y tu pancita porque te amo, te quiero y te quiero feliz. Y es cierto que nos amamos, con locura, con fuerza, como si tú me hubieras encantado, brujita), metió su cuchara al enamorarme de una mujercita de pueblo, donde me di cuenta que el amor, por lo menos en ese pueblo, tenía que ver con la fuerza de gravedad. Ella no tenía nada de especial, una chica como en cualquier lugar, vestida con mezclilla y una playera blanca, prendedores en el cabello, morenilla clara, de rasgos físicos notablemente bellos(no recuerdo cuál era el estereotipo que yo buscaba de puberto, aunque igual no habría cambiado mucho al que en aquella época se veía en la tele), una chica X en su totalidad, de esas que parecen hechas en serie. Atención, amigos, psicólogos, psiquiatras y personas que no me ven otro defecto que el de la amistad con los libros y la almohada, fue el dolor de ella lo que me hizo amarle, maldeciré a Fortuna por hacerme enamorar del dolor de aquella niña, hubiera sido algo simple y falto de creatividad si ella anduviera linda y con guaraches, y trajera un costal lleno de aguacates, o si ella cayera y se torciera el pie como pasa en las películas de terror, pero no, la Fortuna me hizo ver que mi destino era apreciar aquel dolor, el que da risa cuando le acaece a los otros, amar el dolor que ríe. No había un locus amoenus para ella, pero cabe decir que acababa de llover, eran como las seis que en ese entonces proyectan una luz cercana a la del ocaso, y era época en que los naranjos de color verde oscuro se cubren un poquito de flores de naranjo, la esencia sutil de azahar idónea para princesitas (tan bonita, Margarita, tan bonita como tú). De hecho, se sabe que cuando un naranjo está floreando, no es posible que haya naranjas, y por eso tanta casualidad, que de un árbol que llegaba a los 3 metros, por travesura de la Gravedad más que de la Fortuna, una naranja le cayera en la cabeza a ella, a la niña que iba sola, y se quejó con ternura, como si alguien le acompañara, y su mano en la cabeza, sobre el próximo chipote. Y yo, pecador corregido, resistí la tentación a reírme, y también la tentación a recoger esa naranja y jugar al beisbolista... en fin, gracias por leer el aburrimiento de Fortuna y mis manías de adolescente, prometo que para la siguiente, que es la letra G, ya vuelvo a tomar el buen camino. O si no, vuelvo a hablar de la Gravedad...

1 comentario:

  1. Ahhh qué fea traducción, aunque parece parafrasis de traducción...

    me late su Infra.. ya me dio gueba seguir.

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