24 de septiembre de 2006

E... Esther

Desde la mañanita hasta el anochecer ni un momento se quita del balcón la niña Esther. Aún no tiene catorce, brilla de juventud, pero la chiquita quiere un príncipe azul.
Teté, la que no se mete, la que abandonó a sus muñecas, la que fue y no repetiré, la amada que no sale del balcón, esa otredad que Don Omar menciona como el personaje al que culpamos por lo que hicimos nosotros. No hay mucho por decir, pero resulta un poquito extraño que el Gabilondín se haya puesto a escribir de una persona adolescente que tiene el delirio de esperar a un príncipe azul; la Teté que no nos hace caso porque nos conoce, la Teté que inspiró canciones. Algo ha de haber en los personajes femeninos que nos hace buscar nuevos ideales de amadas y objetos de deseo, como si ellas (atreviéndome a usar frases tabú en las teorías de género), por el simple hecho de ser mujeres, pueden excitar al hombre, al pobre hombre que no ha llegado al orgasmo utópico de Kundera y necesita algo con curvas de mujer, ya sea una mujer en sí o cualquier sustituto, léase pinturas, esculturas, sonidos, imágenes con o sin movimiento, palabras (nombres, quizá), una cabellera al estilo baudelaireano o un simple vaso de leche. Repito: algo ha de haber... Pero en fin, abordo a Teté por Cri-Cri, no sé si pueda decirse de ella como un objeto de deseo por el hecho de que este tipo hace una canción con este personaje, ya que igual tiene una canción donde habla de que el sujeto poético estaba pidiendo el corazón a una burrita hermosa de hociquito rosa y habla de otras entidades femeninas como la muñeca fea, doña zorra, la patita, la abuelita y la princesa Caramelo, por mencionar algunas. Entonces no sé qué más hay por decir, Seguiré trabajando.

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