3 de septiembre de 2006

La monja con silbato

sé que el título de esta entrada que estoy publicando puede sonar a título de canción para samba o reggaetón donde el cantante grita la orden a una monjita para que perrée, pero en realidad tiene que ver con una reflexión en torno a los musicales que últimamente parecen estar llenando nuestra vida, que son no sólo las obras de broadway que duran dos horas o más, sino los videos musicales que salen en la tele y a los que hasta les han puesto ya varios canales dedicados a su publicación durante todo el día. La observación es que de los primeros musicales que conozco está la película de la novicia rebelde, que trata de la historia de la casi monja que se pone a trabajar de niñera y canta para complacer al público mientras enseña a los niños a cantar y flirtea con su delantal a su jefe, quien gusta de jugar con un silbato para mandar a sus niños. Esta monjita pudo ser un sex symbol de aquella época por el simple hecho de saber tocar un instrumento musical, enseñar pacientemente a los niños y guardar un poco de alma infantil de esa que, probablemente, le guste a aquellos viejitos que vieron la película y sintieron algo de deseo por una casi monja. Y es que también debemos tomar en cuenta el sentido estético que tiene la película, generalmente las monjas que se suelen ver en la ciudad donde vivo no tienen atributos socialmente bellos que se puedan rescatar, solamente puedo mencionar aquellos hombros rompoperos que las diferencian de los darketos y la belleza de aquella monja enojona del canal católico que nunca ha amenazado a alguien con cortarle los dedos o lavarle la boca con jabón. Entonces la imagen de una monja con silbato no se puede acercar a la belleza en un contexto como en el que vivimos, la belleza de las monjas y de esas misioneras de jehová que tocan en el momento de que la película va en el So long, farewell, auf wiedersehen, good bye no se incrementa con un silbato, pero el silbato les brinda una propiedad sadomasoquista que nos hace considerarlas como dominatrices o como una raza de policías que, por tener a Dios de su lado, probablemente traerían más seguridad a un país donde los únicos silbatos que son escuchados por todos son los de los carritos que venden camotes.

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