25 de junio de 2007

Del desayuno, qué?

Los recuerdos sobre la ciudad de Arandas, o el pueblo, o lo que sea que es Arandas, comienzan a desvanecerse. Todo gira alrededor de la espera y los últimos detalles que deben arreglarse para que la primera comunión se lleve a cabo, como entregar el comprobante de que mi hermano ha hecho las pláticas para padrinos en Guadalajara, documento que le dio a mi hermano el título de madrina por error de la notaría. El primo con un traje medianamente blanco, quizá era de un color hueso o similar, mi hermano de traje azul y el padre vistiendo de verde.
Lo que se puede destacar de Arandas es que la celebración de la misa varía, y mucho en cada lugar, la recolección de la limosna es tardada porque las que la recogen viajan de asiento en asiento y no de banca en banca. Levantarse de su lugar significa ceder asiento a los que están esperando tomarlo, lo que me identificó como extranjero porque no fui como avorazado a tomar el lugar que me correspondía y un señor me dio un bastonazo a la salida porque andaba apartando su lugar. El tráfico de gente fue variado y, bueno, hablar de la arquitectura de esa catedral sería arrinarles la sorpresa. No es que ahí haya una reproducción tallada en oro de mí en pelotas y colgado del techo con los mismo movimientos del péndulo de foucault, pues eso reafirmaría mucha fe perdida sobre todo por los que trabajan en los circos, pero puedo creer que la profesión del ejercicio dominical católico tiene que ver mucho con la enormidad del templo.
Cadetes de la Naval, marchemos por la senda de la gloria,
Cantando un himno al mar, luchemos por la Patria y la victoria
Y hago aquí un corte para recordar que los mexicanos tenemos un delirio de gigantomanía, pues mientras algo es más grande es mejor, desde un hueso en el plato de comida hasta, como sobreexplicación, las ciudades universitarias, como quien dice, mientras más se vea de lejos, es mejor; aunque puede diferir mucho un conductor de auto compacto que sufre con los topes grandes, pero para todo hay quejas. Para reafirmar lo dicho, en Arandas hay una campanota que, supongo, tuvimos (en tanto conciencia histórica) que bajar del templo porque no le medimos bien el tamaño y el soporte. ¿Qué tan seguido nos suceden tales cosas por culpa de la búsqueda de magnanimidad? Por fortuna, la cultura de la micromanía, ésa donde los celulares y aspiradoras portátiles y en la que un número inferior, digamos, en talla de pantalones y camisas y anillos y collares y otras cosas, es lo que da prestigio, se va filtrando a nuestros huesos, pues hemos visto los templos que tienen bocinas en lugar de campanas.

1 comentario:

  1. Jugar con el determinismo social para deautomatizar la realidad es complejo, pero paulatinamente esboza las tendencias del ser dentro de sí.

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