30 de noviembre de 2006
De aquellos que relinchan (de ars erotica 3)
Hay ocasiones como ésta en que maldigo que el idioma tenga más tabúes que mi necesidad de expresar, como si necesitáramos crear un neologismo para definir el deseo de detener el tiempo mientras observamos a una mujer soltando su cabello, cuando se pide inútilmente a papi tiempo la oportunidad de contar cada hebra...
Quizá algunos de los lectores de este blog recuerden al Armín que se sentía caballo cuando estaba amorosamente cerca de una mujer y que, en el punto climático donde la nieve cae, comenzaba a relinchar.
Pues esta entrada no tiene nada que ver con esos relinchos, ni con zoofilia, ni con la muerte de Valentín Elizalde, por lo menos eso creo yo. Tiene que ver más con darle un lugar a los que no relinchan, a los normalitos que lo único que saben del asunto climático es lo que han leído con Vatsayana o los gemidos que se perciben entre los ecos de la canción reguetonera que hoy está de moda.
No hay mucho por decir de estas personas, atacarlas es atacar a toda la humanidad y sus variantes entre A+B, sería una discriminación donde pondríamos una marcada separación entre la élite del ya tuve y los mortalitos del cómo fue...
Esta entrada es para hablar de que el lenguaje no da posibilidades pacíficas para definir el erotismo, todo lo que se dice al respecto, aún intentando ser lo más racional posible, implica hablar de un acto violento, no de una ruptura de un canon, pero sí de la ruptura de ilusiones e hímenes. Y de esto saco que la ciencia es algo tan violento como buscar la perfección. El hablar de erotismo sólo trata de la posibilidad de hacer daño a otros. Quien me entendió, por favor visite un psicólogo antes de actuar, quien no me entendió, no se apure, que no he dicho nada.
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