28 de septiembre de 2007

Ars Erótica 6

Se ha hablado hasta este momento de cómo se ve el erotismo en distintas facetas de la sociedad, pero siempre he dejado aparte al erotismo dentro de la literatura. En parte porque luego me llegan con sus teorías de Bataille aplicadas a Huerta o Proust o cualquier otro autor (mismas que están bien y son adecuadas para ponencias y generar una constancia más para el currículo, pero no como un tema eterno de conversación). Y todo por la fascinación que causa el hablar de descripciones relativas a la "piel despierta".
Let's dance, little stranger, show me secret sins...
Entonces, señores, parece que a los nuevos les gusta hablar de erotismo porque en su círculo social es más aceptado esto que hablar de la pornografía per se. Pareciera que el tomar al coito de una forma más madura consiste para ellos de hablar sobre erotismo. En lo que probablemente no han caído es en la cuenta de que esto, en el momento creativo o de reinvención (léase creación literaria, no coito), crea un erotismo vano, banal y en cierta forma, falso. Si lo emparejamos con la poesía visual, una poesía erótica de este tipo es únicamente una repetición innecesaria del erotismo, copia del verdadero. De acuerdo con distintos manifiestos, no se trata del sexo y de los amantes, sino de cómo éstos no estorban al desarrollo del texto aun cuando el lector tenga en mente sólo el acercamiento de cuerpos. Del otro lado, como ya manifesté lo que resulta una poesía vacía, es simple definir al erotismo pleno, por lo menos teóricamente. Estemos conscientes de que el acto sexual es un signo universal, como cualquier otro. Lamentablemente, en la sociedad éste se ha jerarquizado dentro de los signos que no deben mostrarse o exhibirse. No es de esperar que, cuando se exhibe, sólo se logra de una forma visceral y deformada que termina por matar al arte, derrideando a alguien: hasta la más suave caricia a través de cualquier sentido es para el arte como el trato cruel de un verdugo.

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