Y sólo falta mi voz para desnudar tu nombreAlguna vez, cuando niño, no pensaba al ver el cabello de una mujer en buscar enredar ahí mis dedos. De ahí llegó el instante en que mi mano se enredó sin mi conciencia en aquel mar de anzuelos como ella les llamaba y de ahí el notar la ausencia que dejaba entre mis manos pronunciar su nombre. Y después de ese roce como el que da una persona en el tianguis, ese inocente momento en que uno busca pasar sin molestar a otros, X pasa. Y su cintura se vuelve fugaz y a partir del humo de sus caderas se busca adivinar su voz. Seguirla es caer en un jardín o buscar que ella abra otro paraguas de Witgenstein, pero se sabe de antemano que es algo efímero: el efecto poético que había sobre mí ya pasó como el lector a la siguiente obra. no debemos hacerle ruidos: virgen prudentísima.
y volvernos un cliché bajo las sábanas
La variable ahora se vuelve a la siguiente cadera o sonrisa, a la merolica que debe vender flores con la voz y no con el aroma de los pétalos, al grito distante de cafés y licuados, a la que piensa en que el mejor piropo hasta la fecha es el de los corn flakes. No importa, X siempre está, el que cambia la recepción y su significado somos nosotros
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