16 de mayo de 2009
La novela del gutierritos.
Es costumbre de familias modelo mexicanas ver telenovelas con música barata. Es cierto que en las cerca de cincuenta horas de el señor de los anillos (mejor conocida en el vulgo como El señor de las medallas)escuchamos la misma musiquita, como un motivo de la orquesta, pero en las novelas siempre se llaman los soniditos algo así como misterio seis de rodrigo gutiérrez y número cinco, de Chanel, los cuales son algo así como lo que siempre ponen en las comidas como conservador. Total que en una de esas tardes/ donde nadie te llama y la habitación/ se llena con ecos del piénsale blablablá, noté que las tramas de las otras producciones (léase: extranjeras) tienen, además de gracia y recursos, algo que no tienen nuestros productos: el deseo, verdadero, de ser alguien en la historia.
Me remito al hecho de que, en una de esas aberraciones permitidas por los cardenales, los personajes tienen su tramita de personas que son desbarrancadas y les matan un hijo y están tuertos y se ganan la lotería y todo eso, pero no se ponen al tiro para una guerra bacteriológica o un ataque contra calderón o una destrucción masiva de áreas forestales o investigan la cura contra el cáncer, como sucede en las series de estados unidos con un seguimiento de semanas.
Nuestras novelas (y uso el término novelas porque esas otras de papel se están perdiendo en intelectualismos alfaguarradas o bruterías de México y otros ranchos, además de que ni a mí se me antoja leerlas) están llenas de personajes que se enamoran y personas que no quieren que se enamoren, como sebastián, ariel y úrsula que pelean por el beso de un príncipe. Sus trabajos, si son buenos o malos, sólo hacen cositas mediocres en su país, tanto que hasta una reportera que según eso habla de injusticia en un pueblo de gente pobre sólo publica su artículo y luego se pone a comer hot-dogs porque no hay una respuesta contra la cual pelear, de hecho en esa novela, después de ese dizque artículo publicado, la trama se salta a tres años después. Si de otras producciones se habla, tal hecho no hubiera sido tan vano, pues, si lo que intentaban era manifestar que nadie lee los periódicos, no lo quieren cambiar porque esas medias horas de información les matan una hora de noticieros y cuatro horas de un programa de entretenimiento (genial que sonrieran durante la temporada de influenza), lo que se puede traducir en seis o siete horas en que menos personas verían su canal y, además, siete horas en las que no valdría la pena anunciar un producto porque nadie lo ve.
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