14 de mayo de 2009

Que me dé mi sombrero...

Creo que en este momento de calma puedo decir que estoy de vuelta en el agendado bloggeo. Y lo más triste de todo esto es que los visitantes de mi blog llegan en busca sólo de dos cosas: mi investigación acerca del hemo como forma de vida, y el posible término necesario para alguna materia: subdesempleo. Pero esas visitas han hecho que mi contador no se oxidara tanto. Debo hablar nuevamente de otras cosas porque de ahí en más las personas sólo buscan niñas desnudas en columpios o una traducción fidedigna de Sarita la del baño, traducción que me sorprendió por continuar obedeciendo a mi sentir poético, tan cercano a traducir el quijote al spanglish. Pero esto no debe ser una antología que diga qué escrito ha de sobrevivir y cuál no, así que ahora hablaré de lo que atañe: Ayer vi una discusión entre dos niños que jugaban con un sombrero. El juego era algo extraño como los niños con ropas sucias: el que tenía el sombrero podía bailar y el otro debía bailar nada más. Por desgracia se rompió el compás y uno de los dos dejó de cantar y bailar para bajarse del camión y desaparecer del todo con ese sombrero. Y la familia después de cerrarse la puerta se puso como loca porque el niño se bajó del camión. Gritaban al chofer que se detuviera y éste se detuvo con una gritadera que hasta hizo llorar al niño que se había bajado. Creo que algunos padres deberían cuidar más a sus hijos en lugar de hablar de la novela o dormirse en el camión, como era el caso de la mamá. En la educación de los niños y en su atención a necesidades no tan básicas hay muchas familias que me decepcionan, aún con dinero sólo van con los niños al parque o a la fiesta y ellos se la pasan comiendo o fumando allá sentados. En una fiesta todo está bien, pero en un camión o en un parque deberían, por lo menos, no dormirse.

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