22 de febrero de 2007

Deefeños(3)

Pues bien, el simulacro terminó y me hicieron notar que se recurrió a la misma fuente y que el que hubiera tenido nervios al momento de dar la ponencia pude hacer sido yo y no el otro compañero. Citar lo mismo que otros puede causar vergüenza, aun cuando al final no se esté hablando de lo mismo. Para mí, Colón hablaba del paraíso terrenal para conseguir otra expedición, valiéndose del anhelo de encontrar aquél lugar del que fuimos desterrados; para él, sólo era un paraíso terrenal donde otros mitos de navegación podían tomar parte; para Derrida, empero, esta coincidencia era sólo parte de una formación del mismo ensayo: hablar del Nuevo Mundo requería hablar del Almirante con espuelas de oro. Total que, al final de la mesa, sólo cruzamos miradas, sabía que cualquier comentario podría desprender una confrontación que no era necesaria. Tal hecho disparó en mí la intención de mejorar mi trabajo, señalar una actitud social donde se demostrara que se es por lo que se hace en bien de otros no podía durar mucho, había otra forma de mitos que ignoré, mencioné rápidamente el choque de conciencias en que se describían amazonas, sirenas, hombres lobo y similares para mencionarlos como una técnica discursiva para que se pagaran más viajes en pro del morbo, mitos secundarios para mi objetivo. ¿Debía continuar la investigación? Por mi edad, podría ser un buen trabajo de tesis, pero la misma biblioteca gigantea que tienen ahí al lado me bajó los humos: tres tesis y ocho libros que nos hablaban de la representación de los mitos en el nuevo mundo. Siendo tal hecho, obviamente me pregunté sobre el proceder del licenciado en letras de la UNAM que habló mezquinamente de estos mitos, sólo recopilándolos. Vay anécdota egocéntrica, quizá se formaron la imagen de que la U de G es chingona al momento de dar una ponencia, mi propuesta fue más amena por lanzarla a capella y con algo, a mi punto de vista, más novedoso por decir. Por si se lo seguían preguntando, terminando mi exposición, entré al baño a quitarme esa espina, que acertadamente era una espina de rosa. Tal cosa se debió a que en Guadalajara, un día antes de que lavara ropa, le ayudé a mi hermano a arreglar dos docenas de rosas. De ahí llegó la espina. Salete

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