18 de enero de 2007

Un 11 de enero de 2007 en la vida de Mannel(5)

Al camión, no a la vecina... Siete días de distancia y no continué esta cosa por andar viviendo en otros días. Recuerdo que había casa llena en el camión y tuve la esperanza de que en el tren ligero se bajara alguien, pero no sucedió tal cosa y me senté hasta que iba entrando a Zapopan por prolongación Alcalde. La vecina no se había bajado tampoco y me puse a ocuparme de cosas más mortales pero igual de significantes: en mi caso, como persona que generalmente se va a pie por Federalismo, me ocupe por un rato en mirar por la ventana en busca de algún cambio. La vecina sólo es, dentro del camión, un pasajero más. Fue entonces cuando reparé que a mi izquierda había una niña riendo, jugando con su madre. de aquí saqué una conclusión que el tiempo le da a las personas, pero probablemente les ha tocado alguna vez ver que hay niños que parecen reír instantes antes de cuando van a llorar. Parece ser que para muchos padres eso es afecto, hacen reír a sus hijos sin parar, levantándolos, paseándolos, haciéndoles cosquillas, picándoles la panza, y tomando otras acciones para el mismo objetivo. Los padres se esfuerzan para que el hijo ría y éste, por alguna clase de mensaje erróneo, lanza golpes en el juego creyendo que esas son las reglas, No sé qué tan débil sea la mente de un niño, pero la de un adulto no puede ser sino un poco más fuerte, estamos en una sociedad donde ésas son las reglas: nos hacen reír del dolor y nos castigan si lanzamos golpes porque ellos son, en cierta forma, personas a respetar. Sin embargo, como me tengo que bajar del camión e instalar una PC, no me pongo a pensar en qué pasaría si ese tipo de violencia no se usara para educar a la sociedad mexicana. De ahí, fui hacia la casa de mi tía, anteriormente de mi abuelito. Si me permiten la extrapolación, parte de mi infancia está en esos lares por haber yo vivido en la otra cuadra y, por ende, ese es mi barrio, también quedaron ahí otras etapas de mi vida, los fracasos, las impresiones en la memoria poética, como dice Kundera, extrapolaciones que merecen más espacio que una simple mención. Ya en la casa de mi abuelo, me cuentan que el perro de la familia se está portando mal y por eso lo han subido a la azotea, esa casa no es la misma de antes, tiene la serenidad de un hospital y no queda nada recordable del abuelo, como en la mayoría de las personas que ahí habitan. Leo cartas que parecen escritas a la fuerza y todas dedicadas a la jubilación de mi tía, quien las rompió como todos los jubilados enfadados con el sistema tienden a hacerlo. Desconecto la computadora y ayudo a subir el CPU, bajo por los cables y la impresora y mi tía, dudando de mi fuerza, le pide ayuda a un vecino para que suba el mueble. Mi primo pasa por ahí, quizá por la añoranza del abuelo o por culpa de lo que he leído de Poe, lo imagino con las características ausentes que proporciona la televisión por cable. USB, USB, PS/2, Video in, Audio (F), conectar todo, la vieja computadora que todavía funciona, toda llena de virus, como esperaba verla en manos de alguien que no tiene respeto por el Internet y que sólo usa la computadora como una consola de videojuegos. Lo que duele no es que no la sepan usar, ni que era nuestra antes de que pasara a las manos del primo, es un dolor que se queja a mi ánimo por no querer perder tiempo enseñándoles. De ahí, se hacen pasos más forzosos debido a que me preguntan sobre álgebra, tema que me es fácil hacer, pero difícil de enseñar. Todo termina y camino de ahí hasta Juárez, la estación, abordo y llego a mi casa, nada divertido ocurre y el día termina. Hice a propósito ese descanso para no extenderme, además ya me había enfadado mentirles sobre todo lo que hacía alguien como yo en un día como ese...

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