9 de mayo de 2007

En el nombre, la maldición...

Supongo que no soy el único que, al ver en una lista de nombres determinada combinación de apellidos y nombres propios, sin querer intuimos que esa persona va a estar gorda o que nos hará la vida de cuadritos o que será alguien a quien le caeremos mal, etcétera. Pese a que podría asegurar que determinados nombre llevan alguna maldición implícita, como es el caso de determinadas amadas alfabéticas, prefiero abstenerme de hacer cualquier observación realmente verdadera, pues afirmaciones como que los que se llaman Juan Manuel son unos pinches desmadrosos incontrolables durante los primeros días de su vida pueden tener sus excepciones. Quizá influya en los nombres la agudeza, tozudez o suavidad con que se pronuncian, pues, como lo hizo quizá sin darse cuenta el señor Chespirito, no es lo mismo darle a un niño el nombre (medio tarado) de Quico que decirle, de vez en cuando, Federico. Y los nombres chiquiados son aquellos que tienen ies y aes en la sílaba tónica, los regulares los que tienen en su sílaba una e o una o y los que no se pueden encerrar por ser caso complejo cada uno son los que se acentúan en una u. Eso digo yo, quién sabe si se aplique en la vida real y qué tanto influya que les tengan a cada uno de éstos un nombre especial de cariño, como el diminutivo. En fin, si es que he pensado en cómo se llamaría mi descendencia, no usaría los nombres de mis familiares, no por renegar de ellos, sino que lo haría por respeto y para evitar que seamos una familia con muchos Aurelianos, Remedios, Amaranta y José Arcadio. Desconozco las tramas legales y morales como para decidirme por el nombre de Brasilia si es mujer o Lúdico si es hombre, pero eso ya es otra historia. Quien no esté conforme con su nombre, puede empezar por ponerse otro, nomás que no sea Onesimo, porque esos veracruzanos sí son capaces de meter demanda.

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