15 de mayo de 2007
Mochila, escuela, ok...
Por cierto, visité algunos de los sitios que están en mi apartado de intertextos y encontré algo que a muchos de ustedes, lectores que buscan chistes y otras cosas, les puede interesar: si ustedes saben algo de inglés y poseen algunas nociones de filosofía, quizá les parezca interesante esta entrada del Pequeño libro de la luz en las manos.
Por otra parte, esta entrada se debe en gran parte a este calor que no me ha dejado tiempo para pensar con las libertades que yo quisiera y, en otra parte, a que ha llegado ese bloqueo que le da a los escritores. Como ninguna de las dos razones es un verdadero pretexto para no hacer una entrada de blog, parece ser que los voy a aburrir con una review de mi viaje a Zacatecas, una revisión y, mejor dicho, adenda de algo que no conté en las crónicas del viaje a Zacatecas. Sí, a los lectores actuales les vale madre esta situación, porque nada más uno o dos o tres de mis fieles asistentes y lectores sabrán de qué hablo, pero no tengo muchas cosas por hacer y siento que esa situación se puede hacer más universal.
Estaba yo el día viernes en lo del Euro, un club Zacatecano de música que oscilaba entre tecno, electrónica y reguetón, aunque de hecho recuerdo haber escuchado también la canción tipo rock-pop de Shania Twain que dice: I'm going out tonight, I'm feelin' alright, gonna let it all hang out. Wanna make some noise, really raise my voice(...). Se supone que es lo que más se recuerda de ese congreso porque toda fiesta y similares siempre se recuerdan por determinados detalles. En este caso, yo no quería sentirme parte de esa muchedumbre que festeja por las razones que ya he expuesto en la crónica y en otros lugares; agréguenle a todo eso que --aunque dudo que me comprendan los otros lectores--, no voté por Tijuana.
Festejar me resultaba imposible, pasé casi tres horas por ese rumbo fiestero, viendo bultos moviéndose de un lado a otro, ubicando el baño, recibiendo algunos pisotones, viendo cómo mis pokemon se divertían libres en esos sitios, una mujer me abrazó durante un rato y hasta después se dio cuenta de que se confundió, en fin. Como sentía, como siempre, que ése no es mi lugar, no por pensar en que alguien me va a ver o que me volveré el siguiente chisme de la escuela en que se empiece con la frase: "Tan seriecito que se veía", decidí salirme.
Tomé mi mochila, dije a uno que me iba ya a l hotel, alguien me llamó la atención con el índice (debemos hacer un verbo para esa acción, señores, ese tap en el idioma de los del norte -creo que así le dicen- necesita un equivalente en México. Si lo hay, díganme de él), un índice pequeño y de mano diestra, pero no quise voltear hacia atrás para ver quién lo hacía, no tenía el ánimo de contestar más preguntas fáticas ese día. Ya afuera, estaba una camioneta de policías, llegando. Yo caminé hacia el hotel y, posteriormente, di la media vuelta y caminé, ahora sí, hacia el hotel. Mi cabello olía a humo de disco, pero no tenía una razón verdadera para quejarme. Caminé dos cuadras y, en la esquina siguiente, vi que otra camioneta de policías dio vuelta hacia la izquierda. Seguí caminando, mi mente sólo estaba diciéndome que no la hiciera de telenovela y solamente caminara rápido, sin fingir una actitud de derrotista como la que traía, cabizbajo y casi arrastrando la mochila.
Como ya saben que soy malo para contar lo que sucede, ya sea porque de repente digo que la luna le daba a la cantera de los edificios de Zacatecas un tono hermoso que se acompañaría bien con la idea de la confusión con una piel blanca y rosada y un chiste malo acerca de borrachos que amanecerán ese día crudos y con la lengua escaldada (Please, señoras who did not understand, connect the dots, for I won't), o porque digo cosas más, les voy a decir simplemente que un auto medio espacioso pasó en el mismo momento en que eché la mochila al hombro y alguien que venía en ese auto me gritó que me subiera y me daban ride a la escuela, o algo así.
Como ni siquiera se detuvieron, sólo me quedó seguir yendo hasta el hotel María Conchita y descansar, aunque sólo cerré los ojos hasta eso de las 5 de la mañana, como inútil, sin moverme de la cama, sin siquiera reírme de la cursilería con que los de la cama de al lado se dieron las buenas noches y cosas similares.
Esta es la adenda a Zacatecas, pero hasta ahora saco lo del auto porque esa acción, la de gritar a otra persona cosas extrañas, parece un buen fenómeno a observar.
Con excepción de ese caso citado en algún otro lugar de mi vida reflejada, en donde hay unos tipos extraños que se suben a un auto y desde ahí le gritan a los que transitan por la calle, pero su auto, extrañamente, siempre ha estado estacionado en el mismo lugar; parece que esa situación, la de gritarle al peatón cuando se está en auto, es otra marca que se puede relacionar con el poder. Como ya he abundado mucho en esto y prefiero dar esta clase de conocimientos fáticos en vivo, le toca al lector sacar las conclusiones, ya si no puede, me contacta luego.
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