18 de octubre de 2006
de res autocriticam
Uno de los principios del romanticismo es no detenerse a ver lo que se está escribiendo. Eso trae el problema de que no se lee el mismo intelecto que estamos dejando.
Hablando, como siempre, llegó nuevamente el tema de que cuando se lee a uno mismo, nos damos cuenta de que nuestros textos son malos. Ese es el ánimo derrotista de los Jaliscienses, pero ellos les llaman autocrítica.
Aquí caería bien un "¡Autocrítica mis canicas!", no hemos leído nada que nos haga sentir que escribimos peor que otros, yo noto que escribo distinto a los que he estado leyendo por obligación últimamente, si eso me hace malo, prefiero que me lo diga alguien a quien respete a oírlo de mí. Si me preguntan si un poema es bueno, yo diré que a mí no me sirve como poema, dígase si por cohesión o por grado cero o por narratología o similares, pero ya será tarde porque su discurso, una parte de él, se me habrá quedado por ahí.
Sí, lo que escribo es malo, pero no me quedo en un lo sé, sino que intento hacerlo mejor o distinto en cada ocasión. De nada me sirve querer imitar las matanzas de la Ilíada, o contar crimenes ficticios al modo de algún ser que haya leído, son modelos pero no para imitar. En estos momentos, después de la atiborrada de Giacomo Joyce, hay una tentación irresistible de decir que debo escribir estas idioteces en el manifiesto infrahuevón porque sólo para eso existe, o usar el "Prefiero no hacerlo" para responderle a la otra faceta, pero yo, siendo consciente de que estoy usando tales cosas, siempre me retorcería en la tumba por no hacer algo a mi modo, con intertextos y palimpsestos, pero a mi modo, a decir que ahora es mi turno y que la batuta la traigo yo, el del trompo chillón, o yo, el del piropo perdido en el aire... Autocrítica, señores que juzgaron al profesor de Lolita, no soluciona nada si no sienten la necesidad de hacer algo distinto.
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