18 de octubre de 2006
Del reporte
Debería de estar enriqueciendo mi mente con cosas bonitas antes de estar soltando insensateces en este espacio. Así que hoy, para deleite del que escribe pero no lee a otros, sólo diré lo que opino del correo que mandé hace unos dos o tres días a todos los contactos de mi dirección de correo e.
Antes de mandarla, me pregunté si realmente quisiera continuar el nexo con la gente del pasado, tener un lugar para refugiarme cuando quiera ser otra vez el desmadroso de la primaria, el apartado de la secundaria o el equis de la preparatoria, el destacante en la clase de inglés, el cocampeón del grupito de ajedrez, el oponente más en las afueras del palacio de gobierno, el que publica sus entradas en un blog. Nuevamente, darme unos días y escapar a la zona segura, donde sé que, en todo lo que pasará, hay amigos o conocidos a mi lado.
Dudé en mandarla, en molestar a los que están lejos. Pero al final lo hice.
Siempre es lo mismo en cada lugar al que voy, es tan difícil crear momentos nuevos con gente a la que no sabes si volverás a ver porque ya están más lejos que antes, te la pasas recordando lo que ha pasado antes, no se pone uno a ver hacia adelante.
Me imagino solo, señor siquiatra, siempre me he sentido así, solo, siempre queriéndome despegar del pasado para mirar hacia adelante, para imaginar que salgo de la rutina por lo menos un momento, es como el no descanso de Sísifo, el llegar hasta arriba sólo por ver la tierra de forma distinta, durante la breve caída.
Sí, los amigos hacen que subir la piedra sea divertido, le pintan jugadas de ajedrez, abucheos, disertaciones, pero se sigue subiendo la misma piedra, no son simones que te ayuden después de la tercera caída, ni te lavan el rostro. Es mejor que la amistad no exista, señor siquiatra, de nada sirve si no es para sentirse sociedad.
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