18 de octubre de 2006
el looking glass
El espejo, esa bestia de las apariencias. Me pregunto si el espejo es como el bien que mencionaba Sócrates según Platón, si una vez que el feo conoce al espejo nunca dejará de buscarlo.
Es cierto que tal sentencia ha caducado para la calidad del bien, si le muestras compasión a una anciana dándole una moneda, te queda una sensación de que fuiste inocente, te rasca la curiosidad de saber qué hará con la moneda, tu altruismo se reduce a la causa de una preocupación más. La anciana, que ve el bien, la caridad de los otros, sigue buscándolo, pero sólo para recibirlo y no para darlo, porque así es la vida; la señora que no sabe ponerle el bastón a su auto te considera loco o delincuente si en lugar de reirte de ella le intentas ayudar. Es cierto, el último bien que hice fue empujar un auto que se había descompuesto junto con otros dos. El auto ya tenía ejército de empujantes, eran cinco mujeres cuyos atributos ya no recuerdo, supongo que sus cuerpos y su silencio le pedían ayuda a los huevones que veían ir el auto. Lo empujé, se unió otro, y otro, y ellas dejaron de empujar. Vi el espejo del auto, estaba roto... se dejó de empujar el auto, se estacionó y me fui, más cansado que complacido, porque los otros dos que empujaban, aunque de seguro saben menos de mecánica que yo, se quedaron a revisar el motor, quizá por querer recibir algún bien a cambio. Desconozco si estuvo bien o no, pero ese empujón acaba de hacer una entrada más para este blog.
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