Que no le digan, que no le cuenten, que el arte no es inmortal
Así, desde un asiento despegado de una realidad en que una persona acaba de ser asaltada, en que acaba de explotar algo, en que una cocinera está quemando la comida, en que ha caido una gota de agua en la mejilla de un niño, en que ha aleteado un pájaro, y en que quizá haya alguien teniendo un orgasmo en digital o con los dolores de la carne, o, peor aún, hay alguien viendo Amelie por cuarta ocasión, cierro los ojos y dejo pasar miles de razones que se me dan en cada poste, en cada palabra que llega a mis oidos y en cada mentira que se ha dicho desde el principio de los tiempos. Es así, que sabemos que todo se destruye.
Es hora de cantarle al caos que todos entendemos, ya no podemos cantarle al maíz, hagámoslo tortillas.
El arte se destruye y no es inmortal como todos han dicho alguna vez, sino que corresponde a los vivos restaurarlo. ¿Y si dejamos que aquello se destruya? un niño compone versos y el padre los tira a la basura junto con una envoltura de chocolate. Con ellos hemos llegado a lo que somos hoy, pero no necesitamos que la gente sepa de ellos para respirar. Dejemos que el tiempo haga lo suyo, que destruya lo que buscamos ocultarle en plaquitas herméticas y humedades controladas, pues sólo así podremos vivir en un mundo que se renueva en cada publicación de una noticia. Ellos necesitan de nuestros cuidados para ser inmortales, y nosotros morimos por andar cuidándolos.
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