17 de abril de 2007

Gelatina en molde para el alma

Hoy, en mi transcurso hacia la escuela, la siguiente frase salió de los labios de alguien que ha de tener, si los estatutos que tengo de edad no me fallan, unos doce o trece años:
Esa vieja tiene nalgas de gelatina
Yo no acostumbro voltear muy seguido hacia las distracciones del pueblo porque siempre he de llevarme la desilusión de que me hablan de una chica de molde, de ésas casi hechas en serie que desparraman por los lugares elegidos a mayoría de votos y aprietan bajo los mismos métodos. Pero es obvio que, si la sociedad ya le ha dado su lugar a determinada figura como para que los niños digan que tal persona tiene nalgas de gelatina, necesito mirar eso con la misma curiosidad con la que miraría una nueva especie animal descubierta.
Pero para no hacerme ilusiones, me remití a la palabra gelatina para saber qué podía esperar al momento de dirigir mi mirada hacia aquella persona, pues mi acercamiento estrecho con la gelatina me hizo pensar en una mujer que debe disfrutarse con cuchara y sorberse ruidosamente pa' que nos volteen a ver con partes de aquel cuerpo todavía en la nariz. De limón, de preferencia. Lamentablemente, o tal como lo esperaba, más o menos, el niño lo dijo para burlarse de una mujer gordita cuya apariencia era similar a como los moldes nos dicen que es una mujer gordita.
Detenidamente, debo decir que las gorditas no tienen nalgas de gelatina, señora sociedad, la acumulación de grasa en determinadas áreas también implica que la temperatura sea un poco más alta que la de una gelatina, además de que el estado de agregación de la gelatina (a medio cuajar o sólido medio aguado), que es asequible con el uso de grenetina, es realmente distinto al estado de agregación de las nalgas de una gorda (similar a la del cuajo, pero a eso agréguenle una que otra salpicada de viruela y algunos vellos artísticamente colocados), asequible con el consumo de distintas cosas y la ausencia de ejercicio suficiente.

De lo anterior, señora soiciedad, me he puesto a buscar en los recuerdos y similares acerca del uso que tiene una gordita en la sociedad, saber si una mujer gorda puede aprovechar su estado más allá de la función reguladora de perversiones masculinas en las que se disfruta usando la cariñosa frase Mi gordita. La otra función es como luchadora, pero ahí tampoco se necesita de la gordura para triunfar. Ayuda, pero no es necesaria.
La gordura es útil en sociedad en muy pocos casos, pues se sabe que, para ser una botarga, piden un mínimo de peso algo elevado con el que sí cumple un gordito porque dicen que muchos flacos no aguantan estar ahí adentro. Y si las caricaturas fueran verdaderas, también servirían para limpiar chimeneas industriales.
Sí, debo hacer el llamado de que hay gorditas con gracia en distintas actividades de este mundo, señora sociedad, pero hay muchas, como las que aparecen en la tele, dando horóscopos y leyendo el tarot, que parecen ser la causa de que las gorditas, en la vida real, también se la pasen haciendo esto.
Finalmente y de una forma triste, debo aceptar que una persona gorda le puede costar más que otras a la sociedad porque involucra el gastar en comerciales y folletitos reguladores y, con enfermedades como la diabetes, se vuelve un problema más en cuanto a asegurados y la surtida de medicamentos para este problema.
En fin, vivan largos y prosperan, no como esta entrada...

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