27 de abril de 2007

¿Mea culpa? ¿culpa nostra?

No sé de dónde he sacado esta idea de que, en cierta forma, todos somos culpables por el desmadre en Virginia, en Columbine, en la NASA y en la tienda de la esquina porque no obligamos al gobierno a hacer la campaña que yo sugería: Cambia tu arma por una marimba o mata a un marimbero y entrega tu arma. En fin, quien no haya comido nunca una hamburguesa o escuchado una palabra en inglés, no tiene por qué remorder su conciencia respecto a las distintas vidas arrancadas por el mal control de un gobierno. Creo que lo siguiente debe anotarse en el capítulo nueve del manifiesto infrahuevón, o en el que sea que vayan ustedes, señores, porque yo me quedé en el cuarto. Todo esto para contradecir muchos de los planteamientos que se han hecho en cuanto a la guerra, si es que se diera alguno. Un infrahuevón es aquel que, en sus días de creatividad, solamente puede lanzar un grito, similar al de los charros, que pase allá del tan marcado mole de guajolote y cura hidalgo. Esta postura, la de un predecesor del mariachi en tiempos que no le permitían montar a sus anchas los caballos y que se rebela para dar origen a algo que nos identificará en el resto del mundo conocido, es la que nos toca adoptar. Lamentablemente, en este grupo no somos ninguna clase de genios en contra de lo que no cause hueva o en contra de cosas amorfas, así que, en nuestra capacidad creativa, sólo podemos crear gritos de guerra como el siguiente:
Iremos a cagar encima de la tumba de Octavio Paz, ¿quién nos presta su poema para limpiarnos?
Estos son gritos de charros, proferidos al aire como el "AJá já, si no lloro, nomás mi acuerdo" que se escucha en algunos bares y de vez en cuando. La verdad es que nos hace falta la iniciativa al igual que a todos los mexicanos. No. La iniciativa la tenemos, pero es un trabajo duro que preferimos no hacer para ponernos a buscar una fama más rápida buscando unos labios famosos para acomodarnos entre ellos a cambio de un premio o atacando al gigante que acaba de ser derribado por otro del mismo tamaño. Buscar este tipo de sonrisas tan agraciadas y sacadoras de miles de becas en las que sólo nos pasearemos sin mejorar lo que escribimos y nos hará volver a la misma tierra para buscar el siguiente beso al que mancillaremos nuestro talento para escapar del país es lo que regirá nuestra patética forma de vida. Siendo honestos, no lo hacemos, ni haremos nada de lo siguiente porque hacerlo nos llevaría a ser conocidos, quizá a ser seguidos por otros en busca de conocimientos rápidos y una parte de la ciudad se divertirá imitándonos, llenando de haces fecales la tumba de Octavio Paz y leyendo en Voz alta las traducciones de Primero Sueño que decimos que hizo Cortázar (Funesta, toco tu pirámide, con un dedo toco el borde de la sombra nacida de la tierra, que voy dibujando con obeliscos desafiando al Cielo como si saliera de mi mano y como por primera vez, entre sombras fugitivas, el orbe de la diosa se abre tres veces hermosa y mis ojos se cierran por tenebrosa guerra con aves nocturnas y alientos densos que deshago para recomenzar), arrebatando hasta las etiquetas de broncolín para limpiarse. No queremos volvernos una moda más de esas que al principio parece que corrompen las generaciones por venir. No queremos ser de esos poetas de cantina y cafecitos que escriben sus andanzas cuando se les acaba el material. Quizá ya hemos comenzado a ser un grupito más de estos, pero realmente nos da hueva continuar en el mismo ritmo. Y mientras tanto, sólo queda la misma ausencia con que comienza nuestra palabra

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