20 de abril de 2007

¿Y alguien quiere pensar en los niños?

Entre otras noticias, ayer dejé la libreta de anotaciones cerca de la computadora y lo recordé hasta en la clase, cuando obviamente ya era tarde. Pero sin más alarde de mis cualidades, les doy el siguiente argumento, proferido también por la maestra:
Pues debemos hacer algo por las nuevas generaciones
Como si en este momento todos despertaran de su letargo en el que se trata de buscar lo mejor para el ego y nos pusiéramos a pensar en el otro, aplausos generales por el discurso hecho, que se lleve a la plenaria y de ahí al congreso, que hagan una ley en la que digan que es nuestra obligación hacer algo por las nuevas generaciones, más específicamente, hacerlos leer por el simple hecho de que se siente bien que nos obedezcan. ¿Y qué hay de esta generación? ¿es que nos hemos rendido porque no podemos ayudar a los que viven la misma realidad con nosotros? ¿Los niños no golpean tan fuerte cuando se les hace leer y, por eso, los preferimos por su actitud indefensa? ¿A los niños les podemos hacer creer que sólo la lectura les traerá inteligencia y no se lo tenemos que comprobar tanto como a los adultos y los jóvenes y los otros? Si no podemos convencer a alguien con conciencia menos infantil de las bondades de la lectura, si no podemos explicarle a un adulto, que piensa bajo nuestros mismos métodos, las ganancias de la lectura, ¿debo fortalecer mi autoestima y orgullo en los niños, abusando de su inocencia lectora y su inocencia en general? Círculo vicioso de nuevo. A esto, parece unirse esa teoría extraña de que un problema se arranca desde niños con la formación inicial, cosa que, aplicada a otros sistemas, suena también absurda, pues es como decir que la única forma de mejorar al planeta es empezando desde el nacimiento del planeta. ¿Que se ataca un problema de raíz? Este problema del hábito lector es una planta extraña, pues con tantas raíces que le han quitado desde hace más de cuatrocientos años, sigue viva y seguirá. Lo que nos queda es grabarle nuestro nombre y el de otros a la planta, en un lugar que pueda ser visible por lo menos por nosotros y en el que nos dé gusto tal hecho. En lo personal, enseñarle a un niño promedio a leer es algo que no tiene mucho mérito porque muchos de ellos han aprendido a hacerlo desde antes de que vengamos nosotros.
México no lee al mismo nivel que otros países
Y aquí otro interés en el que no tengo la certeza entera de lo que sucede. México como gran nación, atacarla, bendecirla, llenarla de basura, secuestrarla, tantos verbos y un solo país que la hace de objeto directo e indirecto. Estas líneas van de nuevo con el promedio ése de que nomás se leen dos libros por mexicano al año, que no se lee al mismo nivel cuantitativo que en otros lugares donde, o se juega ajedrez durante seis meses llenos de oscuridad y frío, o se lee. ¿Qué sería de este país si no se comparara él mismo a otro hasta parece que hablamos de una niña adolescente que se mira en el espejo y se ve gorda, hambrienta, inculta, violenta, pisoteada, contradictoria, deforestada y se mira antes otros lugares que, desde una posición distante, suenan más bonitos, más ideales, que tienen mejores vestidos, mejores alimentos y similares. Nuestro país ha aprendido a no quererse a sí mismo y admirar a la vieja líder. Pero tenemos elementos fuertes entre nuestros milloncitos de personas, pues si yo me siento débil al leer un promedio de sesenta o sesenta y cinco libros y escribir cerca de 250 entradas bloguescas al año, y además los ensayos, reportes, comentarios y tareas de mi carrera, y contar con la inteligencia suficiente como para cantar:
Cómo le va, señor venado? cómo le va, qué tal ha estado espero en Dios que esté usted muy bien y su mamá y su papá también
Es porque yo no siento todavía tener lo necesario para ayudar a México o a una parte de él, pero créanme, señoras, que lo he llegado a contemplar.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario