5 de abril de 2007

Querétaro

Si bien he de recordar, pasó un carrito con esa canción que dice: "ricos plátanos vendo yo" y en esa asociación de ideas entre el paletachiclocentrero y la rebeldía rockera a flor de los atorados sesenta y tantos con el bote de bananas, además de una llamada que me preguntó por un número de teléfono necesario, pensé en mi futuro viaje a Querétaro. Muchos en un camión, hacia un mismo lugar, y hoy se decía bien cómo iba a estar la cosa. Querétaro. Ya tantas veces que me han dicho una y otra vez la idiotez de ¿vas a Querétaro? Y eran personas que debo respetar y a las que no les puedo contestar como se merecen, diciendo la clásica y multifuncional "como todo chico temido" o cualquiera de sus variantes, que no han de faltar. Entonces, de ahí, para no darles ideas a los que se ponen a buscar los albures y sus explicaciones, volvamos a una característica verdaderamente humana: los optimistas. Lo crean o no, pese a que esto rompe mi regla de modestia, yo creo ser la persona más optimista que puede haber por estos lugares y estoy en tal posición gracias a que todos me tachan de pesimista. Ser optimista, realmente, es no esperar nada y sorprenderse por cualquier cosa que nos llegue, sea buena o mala. Entonces, Querétaro ya no se vuelve otra cosa que no sea una sorpresa, un Tepeguaje lejano, una ciudad más en la que estaré por un rato y de la que sólo sé que San Martín de las Flores otorga un premio de poesía. Qué más se debe saber de una ciudad a la que no se va en aras de turista, sino de ponente. Esto es optimismo puro, ya que lo demás no puede servirle a uno si vamos a estar esperando sólo cosas buenas. Lo importante es no esperar nada, sólo que suceda algo, como con la llegada de Godot, sólo nos queda perder el tiempo hasta que suceda algo.

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