30 de abril de 2007
Sopa... Sopa. de ayer o de otro día...
Ahora recuerdo por qué no me gusta desvelarme el sábado. Simplemente, no hay nada por remarcar y lo que nos queda sería estar leyendo, pero este calor no deja que uno se emocione con las quinitentas noventa y cuatro páginas de chocoaventuras de Ulises Lima y el otro tipo que sale en esa novela. Entonces, como el título lo dice, siento que mi cabeza es una sopa, así como si, al mover mi cuello para ver si truena, sintiera que las meninges ("dos meninges para ti, con ellas quiero decir")se movieran y presionaran mi cerebrito, casi como la imagen de un niño haciendo buches con sopa de fideos.
Resulta difícil enlazar imágenes, sobre todo cuando se pone uno a leer y no se da tiempo de escribir acerca de lo que se viene a festejar el mes de mayo, tantos días que no dan mucha hilación en las rutinas de siempre. Pero eso ya es otra minihistoria.
Total que el sábado, intentaba avanzar a la lectura de esa novela ladrillo (posible género literario) y no era posible porque la vecindad parecía estar de fiesta. Pero de esas fiestas no endemoniadas en las que hay carros acelerando en neutral y gente que, al no alcanzar a expresar con su carcajada fuerte lo que tienen que expresar, se ponen a aplaudir fuertemente, de esos, en fin, que se preocupan más por ser escuchados que por entenderle al chiste. Y para colmo, cumbia en remix con electrónica. El domingo me levanto a orinar algo temprano, volteo al aparato celular, veo que son las tres de la mañana. Había dormido nomás dos horas y no tenía sueño, así que abrí la ventana un rato y me puse a leer a esos detectives dizque salvajes hasta que me dio algo de sueño, quizá como a las cinco y media, pongo las copias a un lado y cierro los ojos sin cerrar la ventana. El polvo no ha matado a mis libros y por un día de aire fresco no han de morir antes que yo, así que cerré los ojos y hundi la cabeza en la almohada esperando que la sopa tomara, finalmente, su lugar.
Tercer snooze del despertador de las siete y media y desactivé finalmente la alarma porque preferí seguir durmiendo. Un templo cercano empezaba a campanear el ave maría, Maríia gratiiiia pleeeeeena y no pude dormir ya...
Despertar casi crudo y sin haber tomado. Una jarra de agua, orinar, lavarme la cara, intentar quitarme el sabor del domingo matutino, ese que sabe a vecinos bañando al perro, a vecinos escuchando a dos locutores homosexuales por la radio, a vecinos yendo a la tienda por un refresco y a niñas caminando con una olla llena de menudo. No debí dejar la ventana abierta.
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